Diumenge 1 de Quaresma - 21 de febrer - Segona lectura

ROMANOS 10.8-13

En muchas ocasiones el apóstol Pablo nos refiere las consecuencias prácticas del evangelio que son una vida enteramente consagrada a Dios, a su servicio y al amor hacia los hermanos y los de afuera, por esta causa quienes hemos puesto nuestra existencia en sus manos no debemos avergonzarnos de nuestro Señor quién nos ha dado una salvación tan grande.
Pero el camino hacia la salvación es el de obediencia a Dios, mas esta obediencia es imposible en su totalidad debido a nuestra naturaleza pecaminosa que no se puede someter a Él.
La palabra de la alianza de Dios está tan cerca, que no es necesario hacer cualquier empeño para llegar a Dios. Así es el evangelio, como Moisés dice en Deuteronomio 30, que no tenemos que buscar la justicia muy lejos, porque está bien cerca. No dependemos de nuestros esfuerzos para llegar a Dios, como si tuviéramos que subir al cielo o descender al abismo. Esforzarse para llegar a Dios por nosotros mismos es negar la obra de Cristo. Él subió al cielo con su sacrificio consumado; Él murió y fue sepultado, pero también resucitó. No tenemos un Cristo muerto, sino vivo; y su obra es válida ante el Padre para cubrir todas nuestras culpas. La justicia está muy cerca: no la alcanzamos por medio de nuestro empeño, sólo por Cristo. Somos salvos si confesamos con la boca que Jesús es el Señor, y si creemos de corazón que Dios le levantó de los muertos. Cristo es el Señor: Él dispone de gracia y perdón para ofrecérsenos a nosotros gratuitamente. Él murió y resucitó para ganar una salvación completa. Todo aquel que creyere en Él, no será avergonzado; sea quién fuere, porque no hay diferencia. La sola obra de Cristo es suficiente para todos los que invocan su nombre.
Pongamos el nombre que es sobre todo nombre, Cristo, en nuestra boca y en nuestro corazón, en su invocación hay salvación.



Pastor Rafael Díez
Iglesia Evangélica

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