Diumenge 1 de Quaresma - 1 de març de 2020
Mateo 4, 1–11
Víctor Hernández Ramírez*
Hoy es el primer domingo de
Cuaresma, aunque hemos de reconocer que esto afecta muy poco la vida cotidiana
de la gente, incluyendo a los creyentes. Pero, en todo caso, el evangelio sí
que nos expone las tentaciones vividas por Jesús en el desierto, al inicio de
su ministerio público. Y al hacerlo, nos dice que ese ministerio, esa vida de
Jesús, estará marcada por el conflicto,
por el choque contra los poderes que dominan en el mundo.
El texto dice al inicio que Jesús
fue llevado por el Espíritu [de Dios]
al desierto, para ser tentado por el diablo. Y las tentaciones del diablo no
son tan diferentes a las otras tentaciones que los dirigentes o jefes le
plantearán más adelante a Jesús (cf. Mt. 6,1; 19,3; 22,18.35). Lo que nos
indica es que el camino espiritual de Jesús, por donde le guía la voz de Dios,
es un camino de conflicto con el poder imperante y contra las injusticias del
mundo. Se trata de una visión muy diferente sobre la espiritualidad, que en
nuestros días solemos asociar con una paz que se aleja de los conflictos de la
sociedad.
El ayuno de Jesús de 40 días con
sus noches, nos recuerda la experiencia de Moisés, cuando estuvo en la montaña
con Dios: Moisés se quedó allí con el
Señor cuarenta días y cuarenta noches, sin comer ni beber. Y escribió sobre las
tablas las palabras del pacto, es decir, los diez mandamientos (Éxodo
34,28). Más que un ejercicio de retiro espiritual se trata del compromiso de Jesús con la Torah, con la
Palabra de Dios, bajo la confianza de que Dios ha hecho un pacto con nosotros,
ha dado una promesa que nos incluye por siempre.
¿Y las tentaciones? Son el reflejo mismo de la necesidad y búsqueda
humana, que a todos nos atrapa en un momento u otro. Es el hambre viva, que
Jesús siente y sufre, que es también el hambre de justicia y la sed por un
mundo sin la crueldad de los poderosos (pensad en los niños menores de dos
años, que Herodes había ordenado matar en Belén). Las tentaciones nacen del
hambre y la sed, del mismo modo que nace la indignación y la desesperación
frente al desierto de un mundo sin
compasión.
Por eso las tentaciones son paradigmáticas: convertir las piedras en pan
(el milagro que opera mágicamente), saltar del pináculo del templo (el misterio
que se exhibe como portento) o tener autoridad sobre todos los reinos del mundo
(el gran poder que pondrá límites a los otros poderes). Conocemos la traducción
de éstas tentaciones al mundo moderno en labios de un cardenal de Sevilla (el
gran Inquisidor), gracias al relato de Dostoyevski: «Hay sobre la tierra tres únicas fuerzas capaces
de someter para siempre la conciencia de esos seres débiles e indómitos
–haciéndoles felices–: el milagro, el misterio y la autoridad». Y el cardenal le reprochó a
Jesús el haber rechazado esas tres fuerzas, a cambio de la libertad. Pues, dice
el Inquisidor: «a la libertad de elegir entre el bien y el mal el hombre
prefiere la paz, aunque sea la de la muerte. Nada tan caro para el hombre como
el libre albedrío, y nada, también, que le haga sufrir tanto» (“El gran Inquisidor”, relato
dentro de Los hermanos Karamázov, F. Dostoyevski)
Pero Jesús se mantiene fiel a la
Torah, se confía a la Palabra, y rechaza las tentaciones citando el
Deuteronomio: no sólo de pan vivirá el
hombre, no tentarás a Dios, no adorarás ni servirás a nadie sino a Dios (Dt.
8,3; 6.16; 6.13). Para Jesús el camino que conduce a la libertad es éste: el
camino de obediencia a Dios, bajo la plena confianza de que sus mandatos y su
promesa son un camino de vida.
* Pastor de la Iglesia Evangélica Española.
Psicoanalista y psicólogo clínico. E–mail: herramv@gmail.com.
Tfno. +34 628.66.50.03
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