Nadal del Senyor - 25 de desembre

Isaías 52-7/10

“Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “¡Tu Dios es rey!” Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romper a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.

Siento que llaman a mi puerta, me levanto y pregunto: ¿Quién es? –El mensajero–, escucho desde el otro lado, y abro, pero no hay nadie en el rellano.

De nuevo llaman a mi puerta, vuelvo a levantarme y a preguntar: ¿Quién hay? –El mensajero–, me dice desde el otro lado, y abro. Sin embargo no consigo ver a nadie.

Por tercera vez sucede lo mismo y en esta ocasión, más atenta, pregunto como siempre: ¿Quién es? –El mensajero–, me responde de nuevo. Y le abro entonces la puerta de mi corazón. Y ahí está Isaías.

La reflexión bíblica: Ha de llevarnos más lejos de la exégesis del texto, a su hermenéutica, dicho de otra forma, conducirnos a sentir qué nos dice el texto en nuestro corazón.

El profeta es portavoz del mensaje de Dios y de su adviento, que anuncia la “buena noticia” y significa la visita del Señor. Y la visita del Señor al hombre siempre tiene un sentido “salvífic”, salvador.

Ciertamente, es muy oportuno recibir al Señor en todo momento con alegría, alabanza, himnos y cantos, pero no cometamos el mismo error de abrir la puerta que no es. Ahí no está Dios. No le encontraremos entre los que ríen y cantan, sino entre los que padecen soledad, discriminación, pobreza, enfermedad y dolor. Debemos pues abrir la puerta del corazón, que es la única que nos va a permitir ver al hermano necesitado. Y en su rostro veremos el rostro del Cristo que le acompaña, padeciendo junto al que sufre, en lugar de estar con el que canta; junto al desnudo en lugar del vestido; junto al hambriento en lugar del saciado, junto a los que están privados de libertad, junto al débil en suma, siempre oprimido por su hermano el fuerte.

Dios es el absoluto del amor, no de poder, pues precisamente el amor inmenso que llega a sentir por su criatura, lo hace débil hasta el punto de querer encarnarse y compartir así con toda la humanidad, con todas y cada una de sus criaturas sufrientes, en silencio, su dolor.

Resulta sencillo, ver a Cristo en todos y cada uno de los seres de la creación. Su “encarnació” nos dignifica y “agermana”. Con él, entre nosotros, su “trascendència” se torna “imanència”; su “humilitat” nos “enaltece” y su “rostro”, en suma, nos permite seguir su “rastro”.

Su ejemplo nos invita a sentirle, verle, reconocerle y saborear la plenitud vital.

Abrámosle la puerta acertada y dispongámonos a acogerle como a él le gusta, sin ruidos, ni fiestas, sino con sencillez, humildad y cariño sincero.

Bones y Santes festes



Emília Serrano
Voluntària del SPAP
Secretariado de Prisiones

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