Diumenge dins l'Octava de Nadal - La Sagrada Família - 26 de desembre - Segona lectura

... sino por el seguimiento a Cristo, como sus verdaderos y fieles discípulos
(Col 3,12-21)

Una de las últimas “modas”, y ahora con demasiada fuerza, es hacer de la ciencia, la religión por excelencia, la denominada cientología. Últimamente se ha presentado el proyecto para la construcción de grandes y suntuosos templos en lugares estratégicos del mundo, conformando, así, su pretendido poderío frente a las religiones. Dentro de sus innumerables características, encontramos el poder de la mente y su creatividad, como la solución más acertada para solucionar sino todos, por lo menos los principales problemas de la vida, del cosmos y de cualquier manifestación digna de una mirada menos piadosa y más audaz, destacándose, en este caso, la directa intervención de la razón, como fuente inagotable del conocimiento o, para no ser tan optimista, de la búsqueda de comprensión de todo aquello que merece nuestra debida atención, de los fenómenos que nos rodean, de los acontecimientos cotidianos, aunque muchos de ellos son, de alguna manera, indeseables para nuestro bien, tanto personal como comunitario.

Pues bien, frente a esa antigua audacia, San Pablo afirma que el centro de todo lo que existe y que puede existir no tiene otra razón de ser, a no ser Cristo, pensado en cuanto Ser Supremo, responsable único, en su Unidad-Trinitaria, de toda la creación. Vemos eso especialmente en el primer párrafo de la carta dirigida a los Colosenses, cuyo género literario mucho se parece a la antigua práctica de los estoicos (especialmente con el estoicismo romano, destacándose la Escuela Moralista de Epíteto), en cuyos textos podemos encontrar los primeros intentos de una ética verdaderamente sana y necesaria para la buena convivencia entre las personas y, además, entre el ser humano y la naturaleza en su totalidad, la capacidad de resignación frente a los hechos y, especialmente, la nobleza de aceptar aquellos acontecimientos que, de algún modo, nos superan a nosotros, como la separación temporal de un familiar o amigo, los límites de una buena amistad, los niveles de relación para con los demás, el control de los sentimientos y, en última instancia, la cesión definitiva, o sea, la muerte. Todas estas realidades, en el caso específico de la carta en cuestión, pierden su sentido cuando el hombre de fe, ve únicamente a Cristo como el núcleo de su vida, de su existencia en el mundo, de su grandeza y finitud.

Las pocas rayas que componen esta carta pueden ser vista de dos ángulos distintos, pero complementarios. En un primer momento, San Pablo recuerda la necesidad de practicar el arte del consejo u orientación en el seno familiar, una práctica que especialmente en nuestro tiempo es, en términos generales, sencillamente ignorada, frente a los disfraces de la modernidad y todo lo que conlleva y significa esa realidad. Si la práctica del aislamiento familiar es justificada a partir de las redes sociales de carácter virtual, tipo facebook, por ejemplo, sin duda no hay ninguno sentido ponernos a hablar de orientación dentro de la familia, una realidad felizmente común en las formas de vida más austeras y más primitivas en algunas partes del mundo.

Al mencionar la importancia de la orientación familiar, como un verdadero arte, el autor sagrado hace una referencia directa sobre la buena relación que los cristianos debemos tener y conservar para fomentar la buena convivencia, insistiendo en la práctica de los grandes valores, como es el caso de la tolerancia, de la compasión, de la comprensión, de la misericordia, entre otros, en la medida que todo eso no venga significar pura obediencia a determinados criterios impuestos por el hombre en vista de una convivencia social pacífica y duradera determinada por el famoso Estado de Derecho (“state of rights” o “Rechtsstaat”), sino por el seguimiento a Cristo, como sus verdaderos y fieles discípulos.


Pe. Luiz Carlos Rocha

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