Diumenge 24 de durant l'any - 13 de setembre de 2015


Mc 8, 27-35

1. « ¿Quién dicen los hombres que soy yo?».

La figura de Jesús es polémica desde el principio, es decir, desde su paso por este mundo. Sus mismos discípulos no le reconocieron: los relatos sobre la confesión mesiánica de Jesús son evidentemente postpascuales.

A lo largo de la historia se han dado diversidad de respuestas sobre la identidad de Jesús. Lo que no podemos negar es que es una persona que al interesarnos por él, no nos deja indiferentes: ya podemos llegar a reconocerlo como el Mesías, el Cristo, o simplemente ver en él un peligro o una amenaza para los poderes sociales, políticos, económicos e incluso religiosos de este mundo.

Ya para San Pablo "La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan -para nosotros- es fuerza de Dios... quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Cor 1,18-23).

Para Celso, filósofo griego del siglo II d. C., también resultaba inaudito que la "divinidad", es decir, las fuerzas cósmicas que gobiernan el universo pudiesen hacerse presente en una sola persona y menos en un judío, inculto, alejado del centro del Imperio.

En este sentido afirma Hans Urs Von Balthasar, el gran teólogo del siglo XX: "así como para la mentalidad griega es simplemente ridículo que un producto de la naturaleza inabarcable pretenda identificarse con el seno que lo ha engendrado, y para el pensamiento judío es todavía mas desatinado que una criatura se atribuya las propiedades del Creador y del Señor de la Alianza con Israel, así también para una imagen del mundo moderna y evolucionista...es sencillamente absurdo que una pequeña onda se quiera identificar con la misma corriente inmensa que ha fluido antes de  ella durante millones de años y después de ella ha continuado imperturbable su curso. (Por qué soy cristiano todavía. Pág 23).

2. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo». 
Esta es la única confesión "de fe" que encontramos en los Evangelios antes de la Resurrección de Jesús.  Preguntémonos entonces, ¿Qué significa que Jesús es el Cristo?

En definitiva que en Jesús, en verdad se cumple lo que él mismo había dicho: "Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jon 14, 6). En los Evangelios, resuena con fuerza y convicción este "yo soy" de Jesús.

"Muy gustosos haríamos de Jesús un apóstol del amor al prójimo, que interviene a favor de los pobres y oprimidos, que se declara solidario con los pecadores; pero tendríamos que olvidar todas esta alusiones desafiantes a su propia persona, este modo suyo de juzgar a los otros en relación con él: si alguno se avergüenza de mí...también el Hijo del hombre se avergonzará de él (Mc 8, 38)...el mandato de abandonar todo por mi causa (Mc 10, 29)...todo esto, palabras y obras, es de una naturaleza cortante, no parangonable con ninguna otra realidad de la naturaleza humana que pretenda elevarse a tal grandeza" (Ibíd. pág. 36).

Vivimos una época que nos cuesta percibir el todo y nos es más cómodo el fragmento o la reducción. Pero Jesús, el Cristo, en su singularidad, continúa acercándose a todo hombre y mujer y se continua dando como el amor mismo de Dios ofrecido a cada uno, en su libertad absoluta y para acompañarnos él se ha querido rebajar, hacerse como nosotros, para que nosotros podamos asemejarnos a él (San Atanasio).  



Mn. Juan Alcides

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