Diumenge 3 de Quaresma - 15 de març de 2020

LA SAMARITANA
(Juan 4)

Como la samaritana buscaba,
mas sin hallar satisfacción,
oí que el Salvador le hablaba:
“Agua Yo, te doy de Salvación”.

“Dame agua, de Vida el agua,
¡oh, Señor! atiende a mi oración,
pan del Cielo quiero yo comer,
¡oh Señor! llena Tú mi corazón”.


Y seguía... un bello himno de los años 50 del siglo pasado...
Es curioso tener en cuenta que ésta conversación con la samaritana (mujer, un tanto casquivana y de un pueblo que no se hablaba con los judíos), viene justamente detrás del encuentro de Jesús con Nicodemo (doctor de la Ley, espiritual y respetuoso). Hay que ver cómo hace el Señor las cosas.
Dejó escrito: “le era necesario pasar por samaria...”. ¿De verdad le era necesario? porque los judíos no lo hacían con tal de no hablarse con ellos. Pero el Cristo SÍ, porque fue allí a por ella; a salvarla, a abrir obra en aquél lugar. Es bueno que tengamos en cuenta saber que los samaritanos rechazaban todo el Antiguo Testamento exceptuando el Pentateuco. Los libros de la Ley lo eran todo para ellos.
La sorpresa de los discípulos fue el que su Maestro hablase con una mujer. Un hombre no debía hablar con una mujer en la calle (aunque Jesucristo les iba mostrando a diario que esas “cosas” no iban con Él); ni aún con su propia esposa. Hacerlo, podía ser motivo de murmuración.
Y el Señor, tras plantearle su vida, a pesar de nunca haberla visto, se mostró a ella como el Mesías. La conversación mantenida llevó a la samaritana a buscar y contar a muchos todo lo que Jesús le había dicho (me pregunto: ¿lo hacemos también nosotros?).
Por importante que sea el testimonio, lo trascendente es conducir personas a Cristo. Nosotros sólo debemos ser mediadores. Cada uno ha de llegar a su propia confrontación personal en la que nuestra fe nunca se base en lo que nos hayan dicho otros, sino... sólo en Cristo y en su Palabra eterna. Así sucedió con aquel pueblo. “Y creyeron muchos más por la palabra de Él, y decían a la mujer: ya no creemos solamente por lo que nos has dicho, sino que nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4 : 41 y 42).
Lo que allí sucedió fue algo intensamente personal, algo que incluso rompió las barreras de nacionalismos y sectarismos religiosos. El pueblo (el lugar) reconoció a Aquel en quién habían creído como el Salvador del Mundo.
No era un mesías para los samaritanos solamente. Las misiones mundiales son (han de ser) el primero y el último pensamiento de los creyentes en Cristo. Por (y para) éso, estamos aquí.

Lluis Brull

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